LECTURA PELIGROSA

viernes, 18 de mayo de 2012


CUENTO FINALISTA TERCER CONCURSO DE CUENTO HUMBERTO JARAMILLO ÁNGEL

LECTURA PELIGROSA

Me puse a leer un cuento sobre un hecho de sangre, pero lo interrumpí cuando estaba por acabar. Dejé el libro encima de mi estómago y empecé a dormitar.

Era un sueño pesado por el sopor de la tarde calurosa. Los rayos del sol entraban por la ventana y les daba a los objetos del cuarto un tinte de papel envejecido.

Afuera alcanzaba a percibir el ruido de los carros, la gritería de los niños que perseguían un balón y el sonido diabólico de las motos que corrían sin silenciador. Esa bullanga se enmarañó en un sueño que empecé a padecer. Era casi la copia exacta del cuento que dejé a medio terminar.

En el sueño salí de la casa  y me dirigí al billar para charlar con mis amigos. Noté que me observaban desde las ventanas cerradas del vecindario. Los vecinos que encontré parados en las esquinas no me saludaron como de costumbre. Me miraban como si fuera una aparición.

Me alejé y entre dientes murmuré:

—Partida de hijueputas —lo dije silabeando.

Una persona me alarmó:

—Lucho, aléjese, lo quieren matar —sus ojos eran como los del que mira una montaña que cae y amenaza con sepultarlo.
    
Sentí miedo y alargué los pasos con los ojos puestos en varias direcciones.

Me llené de terror cuando observé a dos hombres de gafas oscuras dentro de un carro azul estacionado en frente del billar. Sudé frío y con zancadas largas llegué a donde mis amigos.
(Era increíble: lo que había leído en el cuento se materializaba en el sueño. La diferencia era que yo ocupaba el lugar del protagonista y mucha gente que conocía, aparecía como mis perseguidores).

Cuando entré los tacos de mis amigos, que jugaban billar, quedaron dibujados en el aire y sus ojos recogidos condenaron mi presencia. Uno de ellos me advirtió:

—Lucho, vuélese, unos tipos en una camioneta vinieron y preguntaron por usted.

—Los vi, están al frente  —reparé en mis manos blancas y sudorosas.

—¡Vuélese!

—Es demasiado tarde.
(Debí decirles: “No se puede, está escrito. Fui testigo de un asesinato. Soy un personaje de un sueño que representa el papel principal en un cuento que estaba por terminar de leer).

—Al menos inténtelo.

—Es imposible, parece que están armados. Mi lengua era un trapo atravesado en mi gargüero.

 —Llame a su casa.

 —De nada sirve, los tipos están por entrar. En mi casa solo está mi mujer.

De todas maneras me prestaron el teléfono del bar y con resignación la llamé. Sabía que era infructuoso marcar a la policía.
(En el cuento el personaje principal llama por su celular y no por un teléfono fijo. Su mujer se llama Stephany, Stephany Douglas. Es de carácter bilioso, a diferencia de mi esposa que era calmada y cariñosa).

—...Marleni, estoy en el bar, déjeme la puerta abierta —las manos me temblaban.

—¿Qué está pasando?

—Unos tipos que me persiguen, los veo por la ventana… están entrando...

—No entiendo, te estoy viendo en la cama… te veo con un libro encima…

Cuando colgué mis amigos, que tomaban cerveza,  congelaron los picos de las botellas en el aire y con rostro recogido me gritaron:

—Vienen.

Se miraron y uno de ellos me gritó:

—Salga por la puerta de atrás.

Alcancé a ver al bárbaro cuando ingresó con la pistola en la mano alargada a la altura de su rodilla. Quise anticiparme y corrí en busca de la puerta de atrás. No tuve fortuna porque empezó a perseguirme por la calle empinada, en medio de la gritería de algunos vecinos y de la complicidad de los que salieron a los portones a disfrutar la tragedia.
(En el cuento la gente se limita a mirar, pero en el sueño algunos se veían complacidos porque ese espectáculo rompía con la monotonía del pueblo).

A pesar de la confusión mi mujer me esperó con la puerta abierta, sin ninguna esperanza porque vio al hombre que me perseguía  con la pistola en el aire. Cerca del portón se escucharon los disparos y esperé el siniestro desenlace. El asesino apretó dos veces el gatillo, pero le falló la puntería. Mi mujer reaccionó y me  entró con los ojos abiertos como lunas desorbitadas.

—No entiendo nada, tú estabas en el cuarto.

—No es el momento de reparar en eso, mejor cierra la puerta.

Se demoró en hacerlo y el asesino entró. Me volvió a disparar y salió corriendo. Dos disparos se alojaron en mi caja torácica y  uno atravesó mi pierna derecha. Empecé a perder mucha sangre y sentí la muerte encima. Como pude cogí el libro en busca de una esperanza y devoré los dos párrafos que me faltaban para terminar. Me tranquilicé porque el protagonista quedó con vida, a pesar de los disparos que recibió.

Mi mujer aprovechó esa oportunidad que nos deparó la vida, me sacó a la calle y me condujo al hospital. Me salvaron la vida. Estoy vivo de puro milagro.